domingo, 25 de septiembre de 2011

Quizá muchos no lo recordéis. Quizá algunos ni si quiera hubierais nacido en aquella época, pero yo tengo aún fresca la imagen del recibimiento que tuvo una de las series más populares de la televisión. Una sola entrada no puede abarcar todo lo que “Los Simpson” significa, pero creo que no existe otra pieza de ficción que pueda ser un reflejo mejor del funcionamiento del ser humano..




A principios de los noventa se hablaba de una serie que venía de Estados Unidos y que recibía críticas muy negativas. Nos la presentaban como un producto exclusivo para adultos, alegando un “lenguaje inadecuado” y como muestra de comportamientos no apto para niños. Por lo visto esto era algo que nos advertían desde Estados Unidos, y si aceptábamos esa serie estaríamos acercándonos un poco más al “todo vale”. Uno escuchaba aquello y se imaginaba algo de mal gusto, simplón y basto. Un producto de serie “B” pensado para ser disfrutado por minorías, utilizado simplemente como una excusa para poder ver a personajes animados decir “mierda”. Esto duró simplemente el tiempo que tardamos en verla. Guiones con un humor ácido para la época, variedad en una lista de personajes que aún hoy sigue aumentando, referencias a todo tipo de obras de arte... Se equivocaron de pleno. Todos los telediarios que habían dicho que la familia amarilla de América era nociva se equivocaban. Todos habían hablado de oídas. Poco a poco fue apareciendo merchandising de la serie, como ropa, estuches, juguetes, videojuegos y un montón de artículos para los niños que podían acabar mal si veían una serie para minorías con banda sonora de Danny Elfman. Era humor, y todo aquel que tenía sentido del humor disfrutaba viendo a la familia Simpson. Es más, viendo las primeras temporadas desde nuestra perspectiva habrá quien las encuentre inocentes.

Luego vino el período de críticas positivas. Empezaron a pronunciarse psicólogos y educadores que llevaban la contraria al alarmismo, y comentaban que aquella serie podía ser recomendable para todos. Se empezaba a hablar de “humor inteligente”. Dejábamos de reírnos de gente que imitaba a famosos o aparentaba tener una tara mental y empezábamos a reírnos del ingenio de unos guiones muy elaborados. Cada capítulo ganaba detalles según íbamos creciendo y según íbamos aprendiendo cosas sobre el mundo que nos rodea. Acabamos incluso viendo los entresijos de su propio humor, hasta el punto en que veíamos cómo la serie se reía de sí misma. Hoy día es un fenómeno de masas, y en Estados Unidos no eres nadie si Matt Groening no te ha dibujado haciendo una película con Homer o tirándole los trastos a Marge.

A día de hoy esta serie da audiencias impensables para cualquier otro producto que lleve funcionando tantísimo tiempo, incluyendo capítulos de hace 20 años, que preceden al telediario de Antena 3 que tanto los criticó, y que atraen a una gran audiencia que luego se queda a ver dicho informativo. Los niños de aquella época no aprendimos a decir tacos con esa serie, sino escuchando a nuestros padres o hermanos mayores. Los niños de principios de los noventa aprendimos a reírnos de nosotros mismos, de lo superficial, de lo importante, de las normas, de los rebeldes... de todo. Perdimos el miedo a los libros, porque nuestros personajes favoritos jugaban con ellos, nos hicimos preguntas cuando los pilares de la cultura occidental eran sometidos al humor absurdo y ácido de unos dibujos cuyo mayor peligro era que podíamos ser un poco más libres y críticos. Sin ellos probablemente hoy día no habría triunfado el ingenio que hoy abunda por internet. Gracias a ellos hoy nos damos cuenta de que si en el mundo de la Física hay dudas sobre la certeza de las teorías de Einstein, en nuestra sociedad podemos afirmar con toda seguridad que todo es relativo, y que todo debe pasar por un filtro de duda como es el humor. Vemos que la literatura y la ciencia a veces también son un negocio, y que nadie es lo suficientemente racional como para dictar normas absolutas. Podría decirse que “Los Simpson” son una versión moderna del “yo sólo sé que no sé nada”. Al fin y al cabo, ahora que somos seres más conscientes nos damos cuenta de que fuimos objetivos de su parodia incluso antes de ser sus espectadores. Nelson nos señaló con el dedo y entonó su “ha ha!”, y eso debería ser para nosotros todo un honor.

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